Contaba un viejo paisano mío hace ya casi 600 años, un tal Juan Alfonso de
Baena que debería de ser bastante más conocido de lo que es, que: “segund que disponen é determinadamente
afirman los filosofos é sabios antiguos, natural cosa es amar é desear é
cobdyçiar saber los ommes todos los fechos que acaesçen en todos los tienpos,
tan bien en el tienpo que es ya pasado, como en el tienpo que es presente, como
en el otro tienpo que es por venir” En
cuanto a lo del porvenir no digo yo que no, aunque sólo sea por aquello del
resultado de la lotería, pero de lo pasado, de la historia, parece que ese
“codiciar saber” ha decaído un poco en los últimos seis siglos; hasta el punto
de que ya ni siquiera sabemos el porqué de nuestros actos. Celebramos fiestas de las que ni tan siquiera conocemos el origen, simplemente es fiesta y con eso ya nos vale; no veo mucho deseo de conocimiento yo ahí, como no sea el de conocer que día no tengo que trabajar.
Trataré de aportar algo de ayuda a aquel que aún sigue las disposiciones de "los
sabios antiguos", narrando la épica historia que dio lugar a la celebración cada
8 de diciembre del día de la Inmaculada Concepción.
El día 7 de diciembre de 1585, en plena guerra de Flandes, el tercio español
comandado por el Maestre de Campo don Francisco Arias de Bobadilla fue cercado
en la isla de Bommel entre los ríos Mosa y Waal, en la actual Holanda. Sin
víveres, sin ropa de abrigo y casi enterrados en el barro helado, estaban a la
merced de la flota del almirante Holak que les rodeaba y cuya artillería no
podrían soportar mucho tiempo. Ante la evidencia, el almirante holandés hace una
propuesta de rendición honrosa a los españoles a lo que Bobadilla contesta:
“los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra, ya hablaremos de
capitulaciones después de muertos”. Ante
esta respuesta los rebeldes deciden abrir las compuertas de los canales inundando
los campos y obligando al tercio a retirarse al monte Empel, única tierra que
quedó sobre el nivel del agua. Ordenó el comandante español construir
empalizadas y zanjas, más para tumbas que para trincheras, según cuentan
comentó algún soldado. Y fue durante esos trabajos y cavando el barro con las
manos que un soldado encontró una tabla pintada con una imagen de la Inmaculada
Concepción. Bobadilla interpretó el hallazgo como una señal de protección
Divina, o siendo rápido y vivo de mente como le supongo, supo aprovechar la
oportunidad que el destino le daba para subir la moral; improvisó un altar para
la imagen, la arropó con las banderas del Tercio y arengó a sus soldados
para que combatieran por Ella diciéndoles: "¡Soldados! El hambre y el
frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos.
¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que
abordemos esta noche las galeras enemigas prometiendo a la Virgen ganarlas o
perder todos, sin quedar uno, la vida?" En medio de la desesperación, el
sufrimiento, la tristeza y la certeza de la muerte, había un rayo de ilusión y
esperanza que hizo que los cinco mil hombres que perecían en aquel montículo
gritaran al unísono: “¡Si, queremos!”
Esa misma noche se levanto un viento
frio que parecía dispuesto a acabar con las esperanzas de los españoles, pero
que con el paso de las horas y a pesar de la apertura de las compuertas hizo
que las aguas del Mosa comenzaran a helarse permitiendo que se caminara sobre
ellas. Percatados de esto los españoles y al mando del capitán Cristóbal
Lechuga comienzan el asalto a los barcos holandeses que tomados por sorpresa
caen fácilmente unos y levantan el cerco otros ante el miedo de quedar
atrapados en el hielo.
En el fuerte a orillas del rio el
temor hacía estragos en la moral de los holandeses que veían como sus naves
caían en manos españolas; convirtiéndose en una desbandada al verse ellos mismos
asaltados por unos Tercios que tras las penurias pasadas y por la rabia
acumulada durante el asedio parecían poder acabar con todo aquel que se pusiera
en su camino.
Entre aquellos que huían se
encontraba el almirante Holak quien según cuentan nos dejó la frase de aquella
batalla: “Tal parece que Dios es español
al obrar para mí tan grande milagro”
Más tarde hubo de dar explicaciones
de aquella derrota que ya se había dado por victoria y ante los argumentos de
que tan sólo eran cinco mil españoles cercados, el almirante contestó: “cinco mil españoles que eran a la vez cinco
mil infantes y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil
diablos”
En la mañana del día 8 de diciembre
se alcanzo la completa victoria y ese mismo día sobre el barro helado del monte de Empel, cinco mil andrajosos y hambrientos infantes celebraron misa dando gracias y por aclamación de todos ellos fue
nombrada la Inmaculada Concepción Patrona de los Tercios de Flandes e
Italia y se fundó una Cofradía con el nombre de “Soldados de la Virgen
Concebida sin Mancha” siendo Francisco Arias de Bobadilla su primer y orgulloso cofrade.
En 1644 Felipe IV declara el día 8
de diciembre fiesta de guardar en todo el imperio. Posteriormente será Carlos
III quien proclama a la Inmaculada Concepción patrona de todos sus reinos con
lo que esta fiesta se extiende a medio mundo. Y por último en 1892 es nombrada
patrona del arma de Infantería del Ejército Español.
A día de hoy y si tenemos la suerte
de poder viajar por aquellos parajes, veremos que a pesar de la humillante
derrota, los holandeses han sabido conservar la memoria y existe una pequeña
capilla que conmemora el hecho en el lugar donde ocurrió y en la que encontraremos
a la Inmaculada Concepción rodeada de banderas españolas. Lo que sí que no han
sido capaces de conseguir es, aclarar cómo pudieron congelarse las aguas del
Mosa en una sola noche hasta el punto de que se pudiera caminar sobre ellas.
Ahora y una vez saciado el deseo de conocer los hechos pasados, podrá el
que quiera celebrar la fiesta religiosa, la hazaña militar o simplemente saber
al menos el porqué de no tener que ir a la oficina.
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