Quiso
Dios, al parecer, llenar esta Patria nuestra de héroes, o al menos en otros
tiempos. Aunque sin duda también se le derramó el bote de los gilipuertas sobre
esta preciosa tierra y últimamente no paran de salir a flote. Son todos estos
últimos los que dentro de unos días cuando conmemoremos la muerte de quien
ahora nos ocupa lo tacharán de pendenciero, ladrón, aprovechado y hasta
homosexual, que de todo eso he oído ya. Y no seré yo quien diga que no, pero sí
recordaría aquello que dijo otro héroe acerca de estar libre de pecado para
tirar la primera piedra. Y también pediría que cuando nos creamos historiadores
e investigadores de lo oculto, juzguemos los actos en el contexto en que se
realizaron; las cosas cambian mucho cuando te están dando palos.
Quizás
por eso que intuyo que vendrá (espero equivocarme), o quizás porque al
cumplirse 400 años de su muerte no veo que se le rinda el tributo que creo
merece, he decidido contar algo de él y rendirle mi pequeño homenaje. A estas
alturas ya la mitad de los lectores deberían saber de quién estamos hablando,
si no es así la cosa es aún peor de lo que creía y más necesario hablar de
ello. Sí, voy a hablar de Cervantes, pero no del escritor ni del Quijote, eso
ya lo conocen hasta los jóvenes de los Institutos de hoy en día, a pesar de lo
poco que se les enseña. Voy a tratar de ver al Miguel soldado a quien al igual
que magistralmente empuñó la pluma, antes lo hizo con la espada.
No
puedo plasmar aquí la biografía al completo pues necesitaríamos un nuevo
Quijote o un Rocambole para contarla medianamente, pues así, como la vida de
estos dos fue al parecer la de Miguel, llena de aventuras y sucesos que la
condicionaron de tal manera que en multitud de ocasiones estuvieron a punto de
dejarnos sin el más grande las letras. Voy directamente al fruto que quiero que
probemos y aquel que necesite saciarse más, sé que no tendrá problemas a la
hora de buscar dónde.
Después de una juventud corriendo con sus padres de una
ciudad a otra debido, al parecer, a la precaria situación económica de la
familia y sus intentos de mejorarla, en 1566 los Cervantes terminan
instalándose en la nueva capital del reino donde Miguel empieza en el mundo de
las letras. Pero quiso el destino, la
mala cabeza de la juventud, los líos de faldas o vaya usted a saber qué, que
tres años después nuestro joven Miguel se enfrentara en duelo a un tal Antonio
de Sigura a quien hirió en el mismo y que como consecuencia de ello fuese
condenado a sufrir diez años de destierro y la amputación de la mano derecha
por hacer uso de las armas (eso eran condenas y no lo de ahora). A pesar de
conservarse una providencia de Felipe II en que se manda prender a un tal
Miguel de Cervantes por los hechos narrados, hay quien lo pone en duda y dice
que no, que no se trata de él. Pues vale, pues bien.
No debió de gustarle la idea de perder la mano, (y demos
gracias por ello) así que a final de año nos lo encontramos en las tierras
italianas de dominio español al servicio del Cardenal Giulio Acquaviva con
quien a pesar de sus muestras de agradecimiento posteriores, está claro que
tampoco se sentía en su salsa, ya que rápidamente y provisto de certificado de
cristiano viejo ingresa en el Tercio del Maestre de Campo don Miguel de Mocada,
compañía de Diego de Urbina. Está claro que no eran los antecedentes penales lo
que se pedía por aquel entonces y que Felipe II a pesar de ser el soberano del
mundo no conseguía que se le oyera mucho más allá de El Escorial donde debía de
estar dando voces al maestro de obras.
7 de Octubre
de 1571, la república de Venecia que ve peligrar su comercio marítimo debido al
dominio de aquellos mares por parte del Imperio Turco y sus corsarios (los
temidos Barbarroja y compañía) y el Papa en su constante lucha contra el hereje
han convencido a nuestro rey, quien cree que después le tocará a la zona del
norte de África que es lo que a él le interesa, para unir las flotas y borrar
de la superficie de las aguas la estela de las naves del islam. Y allí, en el
flanco derecho de aquella armada de más de 200 bajeles que comandaba don Juan
de Austria, hermanastro del rey, hijo bastardo del emperador Carlos V y donde
se encontraba toda la flor y nata de la milicia de la época, así como cuantos
nobles, caballeros y dignidades pudieron hacerlo, (por aquel entonces ir a la
batalla en defensa de Dios, de la Patria o del Rey aún era un honor perseguido,
aunque más tarde se solucionó pagando para que fueran los pobres en su lugar) a
bordo de la Marquesa, galera de las del
mando de don Juan Andrea Doria, en la cámara y enfermo de calenturas (dicen que
de malaria) yacía nuestro mozo de veinticuatro años cuando avistada la flota
turca se dispone todo para el combate. Don Juan de Austria cuentan que salta de
galera en galera (difícil de creer) levantado
la moral a los hombres con una arenga que termina de esta manera: “Hijos, a morir hemos venido; a vencer, si
el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte
el enemigo ¿dónde está vuestro Dios?
Pelead en su santo nombre; que muertos o victoriosos gozareis la
inmortalidad”
Ante
semejante espectáculo que se avecina “la
más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan los
venideros”, escribiría más tarde Miguel, y teniendo en cuenta que si además
salía mal en el mejor de los casos terminaría cargado de cadenas de por vida o
en el fondo del Jónico, no es de extrañar que a pesar de los ruegos de sus
compañeros y la indicación de su capitán para permanecer bajo cubierta, por no
encontrarse en condiciones de guerrear o por ser la fuerza de socorro, que
permanece bajo cubierta y aparece en apoyo en los momentos de compromiso, la
que como soldado bisoño le correspondía (los lugares de riesgo y por tanto de
más honor, son para los veteranos) dicen que Miguel (y existe testimonio
escrito de ello) se puso en pie y rogó a su capitán que le colocara en el lugar
más peligroso, y tras decirle éste que se quedara tranquilo donde estaba,
repuso: “Señores ¿qué se diría de Miguel
de Cervantes? En todas la ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de
guerra a su majestad, he servido como buen soldado; y así ahora no haré menos,
aunque esté enfermo y con calenturas.”
Fue pues destinado con doce hombres a defender la zona del esquife una
de las más importantes para el control de la nave y por tanto de las más atacadas.
Empezada la batalla las galeras turcas que les superan en un cincuenta por
ciento atacan entre otras a la Marquesa y allí, donde deseaba, en lo más recio
de la pelea, en la zona del esquife, Miguel y sus compañeros de gloria reciben
una lluvia de fuego de arcabuz que paran con sus cuerpos; recibe dos heridas en
el pecho y una en el brazo izquierdo; tratan de apartarlo del combate
mostrándoselas pero él henchido de bravura les grita “El soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga…
Las heridas del rostro y de los pechos, estrellas son que guían a los demás al
cielo de la honra” y ahí continuó hasta que terminó todo (justamente lo
mismo que cualquier mandatario de hoy haría en defensa de los intereses de
España).
Digan
lo que digan quienes se encargan de quitar merito a los actos de los demás y a
pesar de que la mayoría de los datos de que disponemos fueron narrados por
Miguel o extraídos del interrogatorio (que se conserva en el archivo de indias)
de testigos que el mismo y su padre aportaron para optar a un puesto de
relevancia en América; debió de ser sin duda meritoria la actuación del joven Cervantes,
cuando en una batalla en la que se estima intervinieron más de 100.000 soldados
y en la que hubo más de 30.000 muertos y 14.000 heridos, el propio don Juan de
Austria se interesa por uno de estos últimos, por Miguel y además le concede
cuatro ducados de aumento de los de su paga. Y debieron ser grandes también las
heridas sufridas cuando se temió su muerte primero y al parecer necesitó hasta
seis meses para recuperarse en la ciudad de Messina. Paradojas del destino,
condenado a perder la mano derecha por la corte de Felipe II, escapa y es en
defensa de los intereses de éste cuando pierda la izquierda. Aunque no la
perdió físicamente y parece ser que aunque inútil, tampoco lo era del todo;
hasta el punto de que si bien lucía con orgullo el apelativo de “El manco de
Lepanto” por lo que ello significaba, también es igual de cierto que había
quien lo nombraba como “El manco sano”.
Cuenta
una tradición popular que el Papa Pio V durante el tiempo que duró la
expedición se dedicó al rezo del rosario y que el día de la batalla salió de su
capilla anunciando que la Virgen había concedido la victoria a la cristiandad.
Una vez se confirmó el triunfo sobre el hereje turco, instauró la celebración
de la Virgen de las Victorias. Años más tarde Gregorio XIII cambio la
denominación por la de Virgen del Rosario y desde entonces el 7 de octubre y en
conmemoración de la victoria en Lepanto los católicos de medio mundo rezan el
rosario aunque la mayoría de ellos sin saber el porqué.
Vencedor
y más o menos manco en Lepanto, Miguel no se retira (no debía de existir aún el
cuerpo de mutilados del ejercito o la pensión no sería buena) sino que continua
en esa incipiente “infantería de marina” y en la que se le une su hermano
pequeño Rodrigo. Junto a él y aunque tenemos poco que nos cuente lo que hizo,
estuvo en las expediciones navales de Navarino y Corfú y lo que es más
importante en la conquista de Túnez.
En la
noche del 7 de octubre de 1573, dos años después de la gloria de Lepanto, una
nueva armada a las ordenes de don Juan de Austria se aproxima a la costa de Túnez
y junto a las ruinas de la antigua Cartago don Álvaro de Bazán manda
desembarcar hombres y pertrechos, entre los 2.500 que lo hacen, los hermanos
Cervantes, que al igual que el resto de valientes españoles supieron tomar la
ciudad en poder de los corsarios berberiscos, sin un solo arcabuzazo. Repuesto
el rey que había demostrado ser buen vasallo de España (aunque no tanto para
los tunecinos) y mejoradas las defensas de la ciudad, la armada se retira ante
el miedo a los vientos del invierno.
En el
año 1575 Miguel parece que pretende mejorar su situación social y económica
dentro de la milicia; consigue unas cartas de recomendación ante Felipe II del
mismísimo don Juan de Austria y del Virrey de Nápoles en las que se alaba su
actuación y con las que espera conseguir su promoción al grado de capitán. Así
que el 20 de septiembre ambos hermanos embarcan en la goleta Sol con destino a
los reinos de la península ibérica.
Parece
ser que una tormenta separa a nuestra goleta del resto que componían la
flotilla en la que buscaban protección y la obliga a navegar en solitario y el
día 26 de septiembre ya a la altura de Marsella, dicen unos, o de la costa
catalana según otros, (mucho correr me parece a mí) tres bajeles de corsarios
berberiscos (pues la palabra pirata aún no estaba muy en boca) al mando de
Arnaut Mami les dan alcance y tras una lucha encarnizada en la que entre otros
muere el capitán de “la Sol”, los supervivientes son apresados y conducidos a
Argel. Las cartas de recomendación que se encuentran en poder de Miguel, lo
convierten automáticamente en presa importante a los ojos de su captor, lo que
eleva el normal rescate exigido por cualquiera de 5 a 500 ducados (con el
tiempo subiría aún más) pero también le conserva la vida en varias ocasiones y
junto a su mano “semi-muerta” le libera del trabajo de galeote o del maltrato
en la esperanza de cobrar tan rica suma por su persona.
Podría decirse que aquí, y gracias a Arnaut Mami, termina
la vida militar de los hermanos Cervantes, soldados de los tercios. Un albanés
que renegó de su fe cristiana y se convirtió en uno de los corsarios más
temidos del mediterráneo, (en manos de Juan, el abuelo de Miguel, que fue juez
de la Santa Inquisición, podía haber caído éste). Si bien debemos añadir que
como buen guerrero cumplió Miguel con esa premisa que tan en boca y en uso
estuvo después durante la segunda guerra mundial y que dice que el deber de todo
soldado prisionero del enemigo es tratar de escapar. Hasta cuatro veces
intentaría la fuga, por tierra y por mar y si bien el castigo normal por ello
era la muerte, sin duda el deseo de su dueño por cobrar el rescate, le mantuvo
con vida. Dos años después de ser
apresados la familia consigue el dinero para rescatar a Rodrigo, pero no será
hasta el 19 de septiembre de 1580 cuando a través de las ordenes rescatadoras
su madre consigue el pago y la libertad de Miguel (otra persona a la que
debemos el tener al más grande de las letras, por traerlo al mundo primero y
por rescatarlo después).
Cinco años de cautiverio habían pasado y diez desde que
saliera de España. Vuelve para encontrarse una familia totalmente empobrecida a
la que renunciando a su carrera militar tratará de sacar adelante, primero con
un cargo en Ámerica que no consigue y después como comisario real de abastos
para la Gran Armada que junto con otro cargo posterior de recaudador de
impuestos lo que le reportarán será más presidio.
Hasta
el siglo XVII no empezarán los Cervantes a ver el fruto de su obra literaria y
si bien la aparición del Quijote en 1605 le dio la fama inmediata, no evitó que
siguieran pasando con lo justo y no fue hasta poco antes de morir cuando Miguel
supo a través de un censor que le envió el relato de una conversación en el
séquito del embajador francés, que había creado algo nuevo y que contaba con el
reconocimiento internacional a quien sorprendía que España no tuviese a aquel
hombre en un pedestal. Al menos fue un pequeño reconocimiento en vida.
“Ayer me dieron la extremaunción y hoy
escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y,
con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…” Esto fue
quizás lo último que escribió Miguel quien moría entre el 22 y 23 de abril de
1616
España
nunca supo reconocer y premiar a sus grandes hombres y Miguel jamás pudo
quitarse de encima el yugo de ser hidalgo, soldado y pobre; porque además como
todos ellos nunca dejó de sentirse soldado y estar orgulloso de ello, como al
menos yo deduzco de esa mezcla de amor y odio, en sus quejas y alabanzas en el
discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras y del que no siendo
capaz de destacar un párrafo o de resumirlo, me veo obligado a adjuntar aquí al
completo como muestra del pensamiento de su autor y que todo militar incluso de
hoy estoy seguro entenderá.
CAPÍTULO XXXVIII
Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras
Prosiguiendo don Quijote, dijo:
—Pues comenzamos en el estudiante
por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no
hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de
su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con
notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez
tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del
invierno se suele reparar
de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento
de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de
salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades
en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de
estrecha: que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere y revolverse
en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a
todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio: lléguese un
día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para
curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará
estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el cielo
piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma
pobreza que antes estaba y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro,
una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero
estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en
ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en
ella? Sin duda habéis de responder que no tienen comparación ni se pueden
reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con
tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados, porque de
faldas (que no quiero decir de mangas) todos tienen en qué entretenerse. Así que,
aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto
se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta
mil soldados, porque a aquellos se premian con darles oficios que por fuerza se
han de dar a los de su profesión, y a estos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven, y
esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte,
que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de
las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según
son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho,
dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la
guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen
debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las
leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se
defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se
aseguran los caminos, se despejan los
mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los
reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían
sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura
y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón
averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en
más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias,
hambre, desnudez, váguidos de
cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en
parte ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen
soldado le cuesta todo lo que a el estudiante,
en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique
de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar
al estudiante, que llegue al que tiene un soldado que, hallándose cercado en
alguna fuerza y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente
que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede
apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le
amenaza? Solo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa,
para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y
esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al
profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala
o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar
espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas no le queda al soldado más
espacio del que concede dos
pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí
tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se
asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo
que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de
Neptuno, y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le
incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que
más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la
fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el
mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al
tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en
todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron
de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería,
a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de
su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo
quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la
mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una
desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que
hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar
luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me
pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable
como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone
miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el
valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra.
Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo
con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los
caballeros andantes de los pasados siglos.
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