Páginas

miércoles, 24 de febrero de 2016

EL SOLDADO MIGUEL

Quiso Dios, al parecer, llenar esta Patria nuestra de héroes, o al menos en otros tiempos. Aunque sin duda también se le derramó el bote de los gilipuertas sobre esta preciosa tierra y últimamente no paran de salir a flote. Son todos estos últimos los que dentro de unos días cuando conmemoremos la muerte de quien ahora nos ocupa lo tacharán de pendenciero, ladrón, aprovechado y hasta homosexual, que de todo eso he oído ya. Y no seré yo quien diga que no, pero sí recordaría aquello que dijo otro héroe acerca de estar libre de pecado para tirar la primera piedra. Y también pediría que cuando nos creamos historiadores e investigadores de lo oculto, juzguemos los actos en el contexto en que se realizaron; las cosas cambian mucho cuando te están dando palos.
Quizás por eso que intuyo que vendrá (espero equivocarme), o quizás porque al cumplirse 400 años de su muerte no veo que se le rinda el tributo que creo merece, he decidido contar algo de él y rendirle mi pequeño homenaje. A estas alturas ya la mitad de los lectores deberían saber de quién estamos hablando, si no es así la cosa es aún peor de lo que creía y más necesario hablar de ello. Sí, voy a hablar de Cervantes, pero no del escritor ni del Quijote, eso ya lo conocen hasta los jóvenes de los Institutos de hoy en día, a pesar de lo poco que se les enseña. Voy a tratar de ver al Miguel soldado a quien al igual que magistralmente empuñó la pluma, antes lo hizo con la espada.
No puedo plasmar aquí la biografía al completo pues necesitaríamos un nuevo Quijote o un Rocambole para contarla medianamente, pues así, como la vida de estos dos fue al parecer la de Miguel, llena de aventuras y sucesos que la condicionaron de tal manera que en multitud de ocasiones estuvieron a punto de dejarnos sin el más grande las letras. Voy directamente al fruto que quiero que probemos y aquel que necesite saciarse más, sé que no tendrá problemas a la hora de buscar dónde.
            Después de una juventud corriendo con sus padres de una ciudad a otra debido, al parecer, a la precaria situación económica de la familia y sus intentos de mejorarla, en 1566 los Cervantes terminan instalándose en la nueva capital del reino donde Miguel empieza en el mundo de las letras.  Pero quiso el destino, la mala cabeza de la juventud, los líos de faldas o vaya usted a saber qué, que tres años después nuestro joven Miguel se enfrentara en duelo a un tal Antonio de Sigura a quien hirió en el mismo y que como consecuencia de ello fuese condenado a sufrir diez años de destierro y la amputación de la mano derecha por hacer uso de las armas (eso eran condenas y no lo de ahora). A pesar de conservarse una providencia de Felipe II en que se manda prender a un tal Miguel de Cervantes por los hechos narrados, hay quien lo pone en duda y dice que no, que no se trata de él. Pues vale, pues bien.
            No debió de gustarle la idea de perder la mano, (y demos gracias por ello) así que a final de año nos lo encontramos en las tierras italianas de dominio español al servicio del Cardenal Giulio Acquaviva con quien a pesar de sus muestras de agradecimiento posteriores, está claro que tampoco se sentía en su salsa, ya que rápidamente y provisto de certificado de cristiano viejo ingresa en el Tercio del Maestre de Campo don Miguel de Mocada, compañía de Diego de Urbina. Está claro que no eran los antecedentes penales lo que se pedía por aquel entonces y que Felipe II a pesar de ser el soberano del mundo no conseguía que se le oyera mucho más allá de El Escorial donde debía de estar dando voces al maestro de obras.
7 de Octubre de 1571, la república de Venecia que ve peligrar su comercio marítimo debido al dominio de aquellos mares por parte del Imperio Turco y sus corsarios (los temidos Barbarroja y compañía) y el Papa en su constante lucha contra el hereje han convencido a nuestro rey, quien cree que después le tocará a la zona del norte de África que es lo que a él le interesa, para unir las flotas y borrar de la superficie de las aguas la estela de las naves del islam. Y allí, en el flanco derecho de aquella armada de más de 200 bajeles que comandaba don Juan de Austria, hermanastro del rey, hijo bastardo del emperador Carlos V y donde se encontraba toda la flor y nata de la milicia de la época, así como cuantos nobles, caballeros y dignidades pudieron hacerlo, (por aquel entonces ir a la batalla en defensa de Dios, de la Patria o del Rey aún era un honor perseguido, aunque más tarde se solucionó pagando para que fueran los pobres en su lugar) a bordo de la  Marquesa, galera de las del mando de don Juan Andrea Doria, en la cámara y enfermo de calenturas (dicen que de malaria) yacía nuestro mozo de veinticuatro años cuando avistada la flota turca se dispone todo para el combate. Don Juan de Austria cuentan que salta de galera en galera  (difícil de creer) levantado la moral a los hombres con una arenga que termina de esta manera: “Hijos, a morir hemos venido; a vencer, si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo ¿dónde está vuestro Dios?  Pelead en su santo nombre; que muertos o victoriosos gozareis la inmortalidad”

Ante semejante espectáculo que se avecina “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan los venideros”, escribiría más tarde Miguel, y teniendo en cuenta que si además salía mal en el mejor de los casos terminaría cargado de cadenas de por vida o en el fondo del Jónico, no es de extrañar que a pesar de los ruegos de sus compañeros y la indicación de su capitán para permanecer bajo cubierta, por no encontrarse en condiciones de guerrear o por ser la fuerza de socorro, que permanece bajo cubierta y aparece en apoyo en los momentos de compromiso, la que como soldado bisoño le correspondía (los lugares de riesgo y por tanto de más honor, son para los veteranos) dicen que Miguel (y existe testimonio escrito de ello) se puso en pie y rogó a su capitán que le colocara en el lugar más peligroso, y tras decirle éste que se quedara tranquilo donde estaba, repuso: “Señores ¿qué se diría de Miguel de Cervantes? En todas la ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a su majestad, he servido como buen soldado; y así ahora no haré menos, aunque esté enfermo y con calenturas.”  Fue pues destinado con doce hombres a defender la zona del esquife una de las más importantes para el control de la nave y por tanto de las más atacadas. Empezada la batalla las galeras turcas que les superan en un cincuenta por ciento atacan entre otras a la Marquesa y allí, donde deseaba, en lo más recio de la pelea, en la zona del esquife, Miguel y sus compañeros de gloria reciben una lluvia de fuego de arcabuz que paran con sus cuerpos; recibe dos heridas en el pecho y una en el brazo izquierdo; tratan de apartarlo del combate mostrándoselas pero él henchido de bravura les grita “El soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga… Las heridas del rostro y de los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra” y ahí continuó hasta que terminó todo (justamente lo mismo que cualquier mandatario de hoy haría en defensa de los intereses de España).
Digan lo que digan quienes se encargan de quitar merito a los actos de los demás y a pesar de que la mayoría de los datos de que disponemos fueron narrados por Miguel o extraídos del interrogatorio (que se conserva en el archivo de indias) de testigos que el mismo y su padre aportaron para optar a un puesto de relevancia en América; debió de ser sin duda meritoria la actuación del joven Cervantes, cuando en una batalla en la que se estima intervinieron más de 100.000 soldados y en la que hubo más de 30.000 muertos y 14.000 heridos, el propio don Juan de Austria se interesa por uno de estos últimos, por Miguel y además le concede cuatro ducados de aumento de los de su paga. Y debieron ser grandes también las heridas sufridas cuando se temió su muerte primero y al parecer necesitó hasta seis meses para recuperarse en la ciudad de Messina. Paradojas del destino, condenado a perder la mano derecha por la corte de Felipe II, escapa y es en defensa de los intereses de éste cuando pierda la izquierda. Aunque no la perdió físicamente y parece ser que aunque inútil, tampoco lo era del todo; hasta el punto de que si bien lucía con orgullo el apelativo de “El manco de Lepanto” por lo que ello significaba, también es igual de cierto que había quien lo nombraba como “El manco sano”.
Cuenta una tradición popular que el Papa Pio V durante el tiempo que duró la expedición se dedicó al rezo del rosario y que el día de la batalla salió de su capilla anunciando que la Virgen había concedido la victoria a la cristiandad. Una vez se confirmó el triunfo sobre el hereje turco, instauró la celebración de la Virgen de las Victorias. Años más tarde Gregorio XIII cambio la denominación por la de Virgen del Rosario y desde entonces el 7 de octubre y en conmemoración de la victoria en Lepanto los católicos de medio mundo rezan el rosario aunque la mayoría de ellos sin saber el porqué.
Vencedor y más o menos manco en Lepanto, Miguel no se retira (no debía de existir aún el cuerpo de mutilados del ejercito o la pensión no sería buena) sino que continua en esa incipiente “infantería de marina” y en la que se le une su hermano pequeño Rodrigo. Junto a él y aunque tenemos poco que nos cuente lo que hizo, estuvo en las expediciones navales de Navarino y Corfú y lo que es más importante en la conquista de Túnez.

En la noche del 7 de octubre de 1573, dos años después de la gloria de Lepanto, una nueva armada a las ordenes de don Juan de Austria se aproxima a la costa de Túnez y junto a las ruinas de la antigua Cartago don Álvaro de Bazán manda desembarcar hombres y pertrechos, entre los 2.500 que lo hacen, los hermanos Cervantes, que al igual que el resto de valientes españoles supieron tomar la ciudad en poder de los corsarios berberiscos, sin un solo arcabuzazo. Repuesto el rey que había demostrado ser buen vasallo de España (aunque no tanto para los tunecinos) y mejoradas las defensas de la ciudad, la armada se retira ante el miedo a los vientos del invierno.

En el año 1575 Miguel parece que pretende mejorar su situación social y económica dentro de la milicia; consigue unas cartas de recomendación ante Felipe II del mismísimo don Juan de Austria y del Virrey de Nápoles en las que se alaba su actuación y con las que espera conseguir su promoción al grado de capitán. Así que el 20 de septiembre ambos hermanos embarcan en la goleta Sol con destino a los reinos de la península ibérica.
Parece ser que una tormenta separa a nuestra goleta del resto que componían la flotilla en la que buscaban protección y la obliga a navegar en solitario y el día 26 de septiembre ya a la altura de Marsella, dicen unos, o de la costa catalana según otros, (mucho correr me parece a mí) tres bajeles de corsarios berberiscos (pues la palabra pirata aún no estaba muy en boca) al mando de Arnaut Mami les dan alcance y tras una lucha encarnizada en la que entre otros muere el capitán de “la Sol”, los supervivientes son apresados y conducidos a Argel. Las cartas de recomendación que se encuentran en poder de Miguel, lo convierten automáticamente en presa importante a los ojos de su captor, lo que eleva el normal rescate exigido por cualquiera de 5 a 500 ducados (con el tiempo subiría aún más) pero también le conserva la vida en varias ocasiones y junto a su mano “semi-muerta” le libera del trabajo de galeote o del maltrato en la esperanza de cobrar tan rica suma por su persona.

            Podría decirse que aquí, y gracias a Arnaut Mami, termina la vida militar de los hermanos Cervantes, soldados de los tercios. Un albanés que renegó de su fe cristiana y se convirtió en uno de los corsarios más temidos del mediterráneo, (en manos de Juan, el abuelo de Miguel, que fue juez de la Santa Inquisición, podía haber caído éste). Si bien debemos añadir que como buen guerrero cumplió Miguel con esa premisa que tan en boca y en uso estuvo después durante la segunda guerra mundial y que dice que el deber de todo soldado prisionero del enemigo es tratar de escapar. Hasta cuatro veces intentaría la fuga, por tierra y por mar y si bien el castigo normal por ello era la muerte, sin duda el deseo de su dueño por cobrar el rescate, le mantuvo con vida.  Dos años después de ser apresados la familia consigue el dinero para rescatar a Rodrigo, pero no será hasta el 19 de septiembre de 1580 cuando a través de las ordenes rescatadoras su madre consigue el pago y la libertad de Miguel (otra persona a la que debemos el tener al más grande de las letras, por traerlo al mundo primero y por rescatarlo después).

            Cinco años de cautiverio habían pasado y diez desde que saliera de España. Vuelve para encontrarse una familia totalmente empobrecida a la que renunciando a su carrera militar tratará de sacar adelante, primero con un cargo en Ámerica que no consigue y después como comisario real de abastos para la Gran Armada que junto con otro cargo posterior de recaudador de impuestos lo que le reportarán será más presidio.
Hasta el siglo XVII no empezarán los Cervantes a ver el fruto de su obra literaria y si bien la aparición del Quijote en 1605 le dio la fama inmediata, no evitó que siguieran pasando con lo justo y no fue hasta poco antes de morir cuando Miguel supo a través de un censor que le envió el relato de una conversación en el séquito del embajador francés, que había creado algo nuevo y que contaba con el reconocimiento internacional a quien sorprendía que España no tuviese a aquel hombre en un pedestal. Al menos fue un pequeño reconocimiento en vida.
Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…” Esto fue quizás lo último que escribió Miguel quien moría entre el 22 y 23 de abril de 1616

España nunca supo reconocer y premiar a sus grandes hombres y Miguel jamás pudo quitarse de encima el yugo de ser hidalgo, soldado y pobre; porque además como todos ellos nunca dejó de sentirse soldado y estar orgulloso de ello, como al menos yo deduzco de esa mezcla de amor y odio, en sus quejas y alabanzas en el discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras y del que no siendo capaz de destacar un párrafo o de resumirlo, me veo obligado a adjuntar aquí al completo como muestra del pensamiento de su autor y que todo militar incluso de hoy estoy seguro entenderá.

CAPÍTULO XXXVIII
Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

Prosiguiendo don Quijote, dijo:

—Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha: que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda habéis de responder que no tienen comparación ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados, porque de faldas (que no quiero decir de mangas) todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquellos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a estos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en parte ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado que, hallándose cercado en alguna fuerza y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Solo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario