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lunes, 16 de noviembre de 2015

CONTRA ELLOS, UNIDOS Y ORDENADOS “POR LA GRACIA DE DIOS”

Cuenta la leyenda: Que allá por los albores del siglo VIII encontrándose Florinda La Cava, hija del Conde don Julián, Gobernador de Tánger y Ceuta, bañándose desnuda en el rio Tajo junto a Toledo donde su padre la mandó para ser educada, fue vista por el rey don Rodrigo, quien prendado de su belleza la siguió hasta conseguir forzarla y hacer que Florinda perdiera su flor. No debió de gustar mucho esto al padre que en lugar de considerar que adquiría un nuevo hijo y además rey, decidió abrir las puertas a los moros que invadieron la península y acabaron con el reinado.
La historia, con casi tantas pruebas como la leyenda, lo cuenta de otro modo, lleno de traiciones e intereses económicos y políticos. Pero es menos romántico.


Sea como fuere la cosa es que, en cuatro días la España de aquel entonces se llenó de unos tipos que al grito de “Ala es grande” fueron cortando cabezas hasta llegar a los Picos de Europa. Parece ser que en principio no vinieron con la intención de quedarse, pero viendo el poco interés que pusimos por impedirlo y que no éramos capaces de ponernos de acuerdo ni tan siquiera en quién era el enemigo, otros cuatro días más tarde decidieron que en lugar de ayudar a rey ni conde ninguno, se quedaban con el botín y cuanto tan mansamente se les cedía. Su religión era su ley. Así que tiraron abajo cuantas iglesias había y con sus piedras y columnas construyeron mezquitas (por ejemplo en Córdoba), convirtieron en esclavo a todo el que renunciando a su fe tuvo la suerte de salvar la cabeza. Y en los últimos cuatro días de la docena dominaron el total de la península ibérica.
Tan sólo en las montañas del norte tras atravesar una  gran semidesértica meseta algunos grupos de pastores guiados por sus señores feudales consiguieron sobrevivir, gracias más seguramente al desinterés de los islámicos y lo escarpado de la zona que a la pericia militar de los que quedaron.
Tuvimos que esperar hasta el año 1212, quinientos años, para ponernos de acuerdo por una vez en que debíamos hacer frente común contra el enemigo y que tiempo habría después de arreglar esas diferencias que siempre nos separaban en lugar de unirnos. Quinientos años de darnos hostias entre nosotros más que combatir a quien nos había machacado, retirado nuestra fe, humillado, esclavizado y expulsado de nuestra casa.


Unos siglos más tarde sería  el rey Fernando el Católico, quien definitivamente los devolvería allá de donde salieron, el que contestando al embajador de Florencia a su pregunta de cómo era posible que un pueblo como el español hubiera sido conquistado, en todo y en parte, por galos, romanos, cartagineses, vándalos y moros; le dijo: “La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que sólo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden”.
Fue ese “apellido” de “Católica majestad” junto al de “por la gracia de Dios” y algún que otro matrimonio de conveniencia los que hicieron nacer en los españoles la unidad y fervor o incluso miedo necesarios para mantenernos unidos y luchar por lo mismo. Y mientras existió nos ayudó a conquistar medio mundo, a ser los más grandes y me atrevería a decir los únicos justos dentro de la injusticia de los tiempos. Así fue hasta que Dios nos obsequió con algunos reyes a los que poca gracia les dio y comenzamos a desunirnos. Desde entonces nos dedicamos a volver a caminar en busca de las montañas. Todo aquello que aportamos al mundo lo fuimos perdiendo e incluso el merito de haberlo hecho.
Hace poco más de doscientos años el mundo cambió, “por la gracia de Dios”, y nos dimos cuenta que había algo que llamaron libertad, igualdad y fraternidad. Pero aunque era bonito, nuevamente con engaño se colaron en casa a imponérnoslo por la fuerza. Tan desunidos estábamos que nos volvieron a arrinconar en una esquina. Esta vez en el sur, en una pequeña tacita de plata a la que llamamos Cádiz. “Por la gracia de Dios” seguro, porque si no, no lo entiendo, conseguimos unirnos de nuevo y esta vez caminando hacia el norte en lugar del sur conseguimos echarles.


Como buenos españoles comenzó nuestra pelea. No habiendo enemigo peleemos entre nosotros. Hemos pasado los últimos dos siglos repartiéndonos el poder y los guantazos por turnos, a ratos más unidos y a ratos más separados. Hemos creado repúblicas, reinos y hasta cantones. Hemos perdido todo cuanto no era la vieja España y hemos llegado hasta a declarar la independencia de Jumilla. Pero nunca le hemos visto las orejas al lobo en este tiempo y nunca ha pasado nada.
Nunca le hemos visto las orejas al lobo, porque no sabemos verlas. Cuando los lobos nos rodean nosotros nos dedicamos a discutir si son o no lobos, si son o no malos todos los lobos, si siendo lobos deberíamos permitirles o no entrar, si debemos tratarlos como amigos o como enemigos, como víctimas o como verdugos y así una y otra discusión que se alargan en el tiempo mientras los lobos se relamen y ayudan a separarnos por aquello del “divide y vencerás”.


Pues bien más divididos no podemos estar. Nuestros mal entendidos regionalismos se convirtieron otra vez en nacionalismos y éstos en separatismo. Nuestros amigos del “paz y amor” apedrean en las manifestaciones a los agresivos que salieron con la pancarta de “sólo con la fuerza se arreglará”. Y mientras tanto el lobo, en este caso otra vez el lobo islámico, que no ha cambiado, que sigue siendo aquel que entró a vengar la pureza de Florinda, que no ha conocido de la libertad, igualdad y fraternidad que los franceses al final nos regalaron, aprovechándose de ellas, de nuestra indecisión, y sobre todo de nuestra incredulidad en que pueda existir tanta maldad tras siglos viviendo entre algodones en un mundo rosa donde siempre estuvimos protegidos, nos rodea y nos ataca. Usa nuestra libertad para moverse por casa, nuestra igualdad para reivindicar que no se le pongan impedimentos a sus ideas y nuestra fraternidad para exigirnos que hagamos un hueco entre nuestras creencias para que entren las suyas. Y les hacemos hueco por aquello de no todos pueden ser malos y son casos aislados de radicales y seguimos discutiendo y ellos siguen avanzando y usándonos para destruirnos y nos volverán a arrinconar.

Si no nos ponemos de acuerdo otra vez, si no controlamos a quien entra en casa y verificamos que viene a jugar con nuestras reglas y no a aprovecharse de ellas para imponernos las suyas, volverán a arrinconarnos. Y entonces sólo obligándonos “por la gracia de Dios”, unidos y ordenados como dijera El Católico, saldríamos de ese rincón.

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