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martes, 29 de diciembre de 2015

SEGEDA, LA MURALLA ESPAÑOLA QUE DIO INICIO AL AÑO


El día primero del mes de enero, comienza un nuevo año, pero, ¿por qué? ¿Qué tiene de especial el uno de Enero?
Si nos vamos al inicio del uso del Calendario Romano veremos que ya en los tiempos en que Roma no era más que una pequeña ciudad con un rey, usaba este calendario y que fue Numa el sucesor de Rómulo en el trono el que añadió los meses de enero y febrero a un año que hasta entonces sólo tenía diez meses y se iniciaba en los idus de marzo, (el día 15 más o menos). Pero llegado el año 46 a.C, Julio Cesar instaura uno nuevo, el Juliano, que comienza cada año en las calendas de enero, (principios de mes), y que duraría hasta finales del siglo XVI. El mes de Martius (Marzo) si era un mes lógico para el inicio del año. Marzo es el primer mes después de los fríos invernales, del inicio de la primavera, del comienzo de la nueva campaña tanto agrícola como de la guerra, el mes de la elección de los nuevos representantes de Roma. Marzo era el mes del inicio del año y del inicio de todo. ¿Qué pasó entonces entre la época del amigo Nuna y la de Julio Cesar para que cambiaran ese inicio y por qué? Pues muchas cosas, menudos eran los romanos con 600 años de por medio.
Gracias a los estudiosos, historiadores y cronistas no tendremos que recorrer esos seis siglos para encontrar la solución a nuestras preguntas y podemos ir directamente al tiempo, lugar y circunstancias que dieron como consecuencia el cambio del inicio del año. Como no podía ser de otro modo eso ocurrió aquí en España o Hispania y fueron los españoles o hispanos el origen o causa de ese cambio.
Corre el año 179 a.C en la península ibérica que aún no termina de ser la Hispania romana pues el dominio no es total ni mucho menos. Los bellos, un pueblo celtibero con capital en Sekaisa o Segeda, —lo mismo da como la llamemos— lo que hoy quedaría dentro de la provincia de Zaragoza entre las poblaciones de Mara y Belmonte de Gracián, firman un tratado de paz o más bien sumisión con Roma a quien tributan anualmente y quien ante las continuas revueltas no les permite fortificar las ciudades. Pero en el año 154 a.C esto al parecer se ha olvidado o a algunos les importa un bledo y el rey Caro de Segeda decide ampliar el territorio amurallado o elevar la altura de las defensas actuales, la cosa es que Roma lo considera una ruptura del acuerdo y lo declara “casus belli” o motivo suficiente para tratar de exterminarlos. Tampoco está muy claro lo que fue, ya que los que nos lo contaron después fueron los romanos y algún griego como Polibio quien atribuye el origen de la guerra a las condiciones insoportables impuestas por la administración romana. Sea como fuere la cosa es que, la invencible Roma  decide reiniciar una guerra contra las tribus celtiberas de aquella zona y para eso cree que el mejor es Quinto Fulvio Nobilior, hijo de conquistador y por lo tanto bueno de necesidad. Pero nos encontramos ya en otoño cuando todo esto se lía, los que vienen ahora son los fríos que no es buena cosa para iniciar una campaña y si esperamos al inicio del año, allá por marzo, para nombrar al nuevo cónsul, mientras éste se hace cargo de sus legiones y se desplaza hasta Hispania habremos dado demasiado tiempo de ventaja a los bellos que ya se han unido a los Titios y pronto lo harán a los Arévacos (los de Numancia). Así que el senado romano que tiene unas ganas que no puede de aplastar a los levantiscos hispanos decide saltarse a la torera las normas y dando por finalizado el año nombra a su nuevo representante para las calendas de enero y de esta forma con el inicio de la primavera Nobilior ya se encontrará en Hispania al mando de 30.000 legionarios. En una época en que las campañas militares eran el principal cometido de los cónsules romanos y en que la falta de medios adecuados hacía impensables en la mayoría de los casos que esas campañas se realizaran fuera de los meses de buen tiempo, el senado vio rápidamente lo acertado  del inicio del año consular en el mes de enero, que permitía realizar todos los preparativos y desplazamientos de tropas antes de la llegada del tiempo de guerrear por lo que se instauró esta fecha, el 1 de enero, como la del inicio del año y así quedó hasta nuestros días.
Sólo un rastro nos ha quedado de aquel año que se iniciaba en el mes de marzo, así septiembre, octubre, noviembre y diciembre no son el séptimo, octavo, noveno y décimo mes como de su nombre debería deducirse, sino que se sitúan dos puestos más adelante al pasar enero y febrero a los primeros lugares, pero al menos nos lo seguirán recordando mientras no encontremos otro Julius o Augustus a quienes recompensar dando su nombre a un mes.
Visto esto, está claro ya que el inicio del año actual se fraguó en España, no podía ser menos, pero en lugar de algo tan idílico y digno de celebrar como la llegada de la primavera, el inicio de la siembra y la preparación para un nuevo ciclo de la vida, lo que dio origen a ello fue una supuesta sublevación o el intento de acabar con la independencia de quien se negaba a someterse, que terminó en un largo baño de sangre.
Alguno habrá aprendido el porqué del inicio del año en enero y del descuadre en el nombre y orden de los meses, pero quizá haya nacido en él la duda de qué pasó con los bellos de Segeda y el ejercito de Nobilior. Para eso y ya desde los tiempos de Heródoto existen lo que llamamos libros de historia, pero no seré cruel y ya que la idea era contar esas pequeñas anécdotas del pasado y responder dudas, no crearé otras y terminaré el relato aunque sea de una manera sucinta.
Pues bien, a partir de la primavera de este primer año de inicio en enero, el 153 a.C, las tropas de Roma en las provincias de Hispania, se encuentran dispuestas para la batalla y recibiendo más de un castigo por parte de los lusitanos en las tierras de lo que hoy sería Zamora e incluso más al este, lo que anima y da esperanzas a los bellos, que no obstante abandonan temporalmente Segeda ante tanto romano y buscan refugio algo más al oeste, en la Numancia de los Arévacos. Pronto las noticias de los triunfos lusitanos y de los abusos romanos hacen que el pueblo celtíbero se una en el deseo de plantar cara a Roma, y que cuando el día 23 de agosto, día del dios Vulcano, miles de legionarios en columna y al mando de Nobilior se dirigen hacia Numancia con la intención de tomarla al asalto y destruirla, el ejercito de Caro de Segeda, en lugar de esconderse temeroso, aprovechando su conocimiento del terreno y la prepotencia y seguridad de los romanos que les hacen tomar pocas precauciones, consigue sorprender a la columna en un paso estrecho donde cayendo sobre ella causan más de 6.000 bajas entre las que se encontraría el propio Nobilior  de no ser por la carga heroica de su caballería que le ayudó a huir con el rabo entre las piernas.  El desastre fue tan tremendo para Roma que esta fecha sería declarada como día nefasto y recordada siempre por las legiones que la consideraron poco menos que maléfica y ningún general romano después lucharía ese día a menos que fuera obligado. Las tropas de Caro, quien por cierto sí murió en esa primera batalla, se retiraron a Numancia en busca de refugio. Frente a esta ciudad, al llegar el otoño, tras reorganizar sus legiones y una vez recibidos refuerzos procedentes de África entre los que se incluían elefantes, Nobilior monta un campamento con la intención de asediarla. Pero más cabreado que nunca y viendo que se le escapaba la posibilidad de obtener su triunfo, pues el final del buen tiempo se acerca a pasos agigantados y con ello también el fin de su mandato, decide tratar de asaltarla. Cuentan que el impacto de una roca sobre la cabeza de uno de los elefantes que hasta ese momento tenían atemorizados a los asediados, hizo que éste se volviera contra las líneas romanas pisoteando a cuantos legionarios encontraba a su paso y que esto envalentonó a arévacos y bellos que decidieron realizar un temerario contraataque que hizo retirarse al cónsul hasta su campamento nuevamente derrotado. La cabezonería de Nobilior le obligó mantener el asedio a pesar de la llegada del invierno y de la falta de medios para soportarlo, lo que volvió a diezmar sus tropas hasta que con el nuevo año fue relevado del cargo y, humillado por unos pastores y agricultores de Hispania, emprendió su regreso a Roma.
Si bien hubo algún nuevo tratado de paz, lo cierto es que el abuso de los mandatarios romanos que en su mayoría sólo pretendían regresar a Roma cargando con los laureles del triunfo, hizo que Numancia y los bellos de Segeda se mantuvieran rebeldes hasta que veinte años más tarde, el último de los Escipiones, Escipión Emiliano, tras tres meses de resistencia, arrasara la ciudad. Pero esa es otra historia de la que a lo mejor hablamos algún día.


A pesar de que Nobilior en sus descargas de ira e impotencia se encargó de destruir y arrasar la vacía ciudad de Segeda y de que otros Nobiliores modernos continúan a día de hoy destrozando el patrimonio, podemos aún, si nos acercamos a la zona, ver algunos detalles que nos marcarán su ubicación, así como restos de aquella muralla en construcción por cuya causa el mundo entero inicia el año el día uno de enero sin tener ni idea de ello.

jueves, 10 de diciembre de 2015

DIOS ES ESPAÑOL Y LA INMACULADA DE INFANTERÍA.


Contaba un viejo paisano mío hace ya casi 600 años, un tal Juan Alfonso de Baena que debería de ser bastante más conocido de lo que es, que: “segund que disponen é determinadamente afirman los filosofos é sabios antiguos, natural cosa es amar é desear é cobdyçiar saber los ommes todos los fechos que acaesçen en todos los tienpos, tan bien en el tienpo que es ya pasado, como en el tienpo que es presente, como en el otro tienpo que es por venir”  En cuanto a lo del porvenir no digo yo que no, aunque sólo sea por aquello del resultado de la lotería, pero de lo pasado, de la historia, parece que ese “codiciar saber” ha decaído un poco en los últimos seis siglos; hasta el punto de que ya ni siquiera sabemos el porqué de nuestros actos. Celebramos fiestas de las que ni tan siquiera conocemos el origen, simplemente es fiesta y con eso ya nos vale; no veo mucho deseo de conocimiento yo ahí, como no sea el de conocer que día no tengo que trabajar.
Trataré de aportar algo de ayuda a aquel que aún sigue las disposiciones de "los sabios antiguos", narrando la épica historia que dio lugar a la celebración cada 8 de diciembre del día de la Inmaculada Concepción.

El día 7 de diciembre de 1585, en plena guerra de Flandes, el tercio español comandado por el Maestre de Campo don Francisco Arias de Bobadilla fue cercado en la isla de Bommel entre los ríos Mosa y Waal, en la actual Holanda. Sin víveres, sin ropa de abrigo y casi enterrados en el barro helado, estaban a la merced de la flota del almirante Holak que les rodeaba y cuya artillería no podrían soportar mucho tiempo. Ante la evidencia, el almirante holandés hace una propuesta de rendición honrosa a los españoles a lo que Bobadilla contesta: “los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra, ya hablaremos de capitulaciones después de muertos”.  Ante esta respuesta los rebeldes deciden abrir las compuertas de los canales inundando los campos y obligando al tercio a retirarse al monte Empel, única tierra que quedó sobre el nivel del agua. Ordenó el comandante español construir empalizadas y zanjas, más para tumbas que para trincheras, según cuentan comentó algún soldado. Y fue durante esos trabajos y cavando el barro con las manos que un soldado encontró una tabla pintada con una imagen de la Inmaculada Concepción. Bobadilla interpretó el hallazgo como una señal de protección Divina, o siendo rápido y vivo de mente como le supongo, supo aprovechar la oportunidad que el destino le daba para subir la moral; improvisó un altar para la imagen, la arropó con las banderas del Tercio y arengó a sus soldados para que combatieran por Ella diciéndoles: "¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas prometiendo a la Virgen ganarlas o perder todos, sin quedar uno, la vida?" En medio de la desesperación, el sufrimiento, la tristeza y la certeza de la muerte, había un rayo de ilusión y esperanza que hizo que los cinco mil hombres que perecían en aquel montículo gritaran al unísono: “¡Si, queremos!”


            Esa misma noche se levanto un viento frio que parecía dispuesto a acabar con las esperanzas de los españoles, pero que con el paso de las horas y a pesar de la apertura de las compuertas hizo que las aguas del Mosa comenzaran a helarse permitiendo que se caminara sobre ellas. Percatados de esto los españoles y al mando del capitán Cristóbal Lechuga comienzan el asalto a los barcos holandeses que tomados por sorpresa caen fácilmente unos y levantan el cerco otros ante el miedo de quedar atrapados en el hielo.
            En el fuerte a orillas del rio el temor hacía estragos en la moral de los holandeses que veían como sus naves caían en manos españolas; convirtiéndose en una desbandada al verse ellos mismos asaltados por unos Tercios que tras las penurias pasadas y por la rabia acumulada durante el asedio parecían poder acabar con todo aquel que se pusiera en su camino.
            Entre aquellos que huían se encontraba el almirante Holak quien según cuentan nos dejó la frase de aquella batalla: “Tal parece que Dios es español al obrar para mí tan grande milagro”
            Más tarde hubo de dar explicaciones de aquella derrota que ya se había dado por victoria y ante los argumentos de que tan sólo eran cinco mil españoles cercados, el almirante contestó: “cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos”
            En la mañana del día 8 de diciembre se alcanzo la completa victoria y ese mismo día sobre el barro helado del monte de Empel, cinco mil andrajosos y hambrientos infantes celebraron misa dando gracias y por aclamación de todos ellos fue nombrada la Inmaculada Concepción Patrona de los Tercios de Flandes e Italia y se fundó una Cofradía con el nombre de “Soldados de la Virgen Concebida sin Mancha” siendo Francisco Arias de Bobadilla su primer y orgulloso cofrade.
            En 1644 Felipe IV declara el día 8 de diciembre fiesta de guardar en todo el imperio. Posteriormente será Carlos III quien proclama a la Inmaculada Concepción patrona de todos sus reinos con lo que esta fiesta se extiende a medio mundo. Y por último en 1892 es nombrada patrona del arma de Infantería del Ejército Español.

            A día de hoy y si tenemos la suerte de poder viajar por aquellos parajes, veremos que a pesar de la humillante derrota, los holandeses han sabido conservar la memoria y existe una pequeña capilla que conmemora el hecho en el lugar donde ocurrió y en la que encontraremos a la Inmaculada Concepción rodeada de banderas españolas. Lo que sí que no han sido capaces de conseguir es, aclarar cómo pudieron congelarse las aguas del Mosa en una sola noche hasta el punto de que se pudiera caminar sobre ellas.

Ahora y una vez saciado el deseo de conocer los hechos pasados, podrá el que quiera celebrar la fiesta religiosa, la hazaña militar o simplemente saber al menos el porqué de no tener que ir a la oficina.