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domingo, 6 de noviembre de 2016

DON RODRIGO (El rey que perdió su reino, su espada y su tumba)

¡El Rey ha muerto! Ese era el grito que se escuchaba en las tierras de Toledo.
Año 710 de nuestra era; el rey Witiza  ha muerto y para nuestra desgracia o al menos la de aquellos que compartieron  su tiempo, lo ha hecho demasiado pronto. No tiene ni treinta años y su hijo mayor Agila, tan sólo diez; lo que dificulta seguir con una costumbre que se empezaba a extender entre los Godos; la de heredar la corona. A pesar de ello una parte de los nobles lo reconoce como su rey; pero no por lealtad a él o al muerto, sino porque será más fácil aprovecharse de un chaval y conseguir así su propio reino, dividiendo Hispania. El resto, los que quieren el reino unido, misteriosamente no echa mano a la otra costumbre bien extendida, la que Gregorio, un obispo de Tours llamaba “la enfermedad de los Godos” que básicamente consistía en tajarle la garganta al rey entrante si no gustaba y buscar otro; sino que tras reunirse, decide a la antigua usanza votar un nuevo rey que sea capaz de gobernar y unir a todos. —Hay que reconocer que fe, tenían un rato—



         Este nuevo rey será Roderico, o Rodrigo, que al caso da lo mismo; nieto de rey e hijo de un tal Teodofredo el Duque de la Bética con casa en Córdoba, dónde hoy tiene una calle pero nadie tiene ni idea de quién fue. Rodrigo dicen que era también primo de Pelayo, quien todos sabemos que tendrá importante papel en nuestra historia; pero eso será en otra, no en ésta. La cosa es que, lo que se pretendía no funcionó, y el reino godo de Toledo se dividió estallando la guerra civil en la península  — no sería la última—
         Un año más tarde la situación se ha normalizado, los partidarios de Agila, vencidos han agachado las orejas acatando al parecer la nueva situación y los que no lo han hecho se han retirado junto a él  al nordeste de la península —alguno dirá que ahí empezó el separatismo—; todos menos Oppas, su tio y obispo de Sevilla —ya lo diría años más tarde aquel viejo hidalgo: “con la iglesia hemos dado”—. Oppas se ha ido a Ceuta –que sí, ya era cristiana–, donde junto al gobernador, un tal Olian o Julián, que lo mismo da, pactan con un joven imperio musulmán que, venido de las tierras al otro lado del Nilo, lleva casi un siglo enfrascado en eliminar lo que del Bizantino queda en la orilla sur del Mare Nostrum. Pactan, la forma de ayudar a Agila a sentarse en el trono de Toledo derrotando a Rodrigo y de paso llenar ellos la cartera, la bolsa o lo que diantres usasen los de aquellos años, para guardar los dineros. No sabemos que hizo que el tal Julián estuviese en contra del Rey; aunque una bonita leyenda habla de las correrías de Rodrigo tras la hija del gobernador, que bien podría ser la causa, seguramente ésta no fue tan romántica y debemos pensar más bien en el parentesco que algunos dicen existía entre los conspiradores, o en los que siempre la terminan liando; el dinero y el poder.
         Sólo había pasado escasamente un año desde que Rodrigo fue ungido como Rey de toda Hispania cuando un ejercito al mando de un tal Tariq desembarca en lo que más tarde y en su honor se conocería como Gibraltar (montaña de Tariq) –Una montaña con nombre de invasor está claro que nos iba a seguir dando quebraderos de cabeza— Avisado el Rey y tras una pequeña batalla en que las tropas de su sobrino son derrotadas, prepara para la defensa un ejercito capaz de enfrentarse a los invasores que ya cuentan con unos 10.000 o 15.000 soldados en terreno cristiano y se expanden hacia el oeste.  En unos tres meses Rodrigo consigue reunir un ejército que dobla en tamaño al del invasor y se dirige a su encuentro comandándolo. Pero no es oro todo lo que reluce en las filas del Rey; la urgencia en parar el avance musulmán ha obligado a reclamar ayuda de los nobles que fueron partidarios de Agila en la sucesión, que Rodrigo cree leales ante una invasión extranjera, y entre ellos forma Oppas y sus mesnadas.
        Estamos en pleno mes de julio del año 711, y las tropas del rey cruzan las aguas del Guadalete; —Este sitio nos vale a nosotros; aunque a día de hoy los historiadores siguen sin ponerse de acuerdo en si es la ubicación real— Al otro lado les espera Al Tariq lugarteniente de los ejércitos de Musa, gobernador del norte de África en nombre del califa de Damasco. Como siglos antes dijera otro general al cruzar un lejano rió, la suerte estaba echada; pero en este caso Rodrigo desconocía las cartas.



         Parece ser, según cuentan los cronistas de ambos bandos, que el cristiano disfrutó poco de su superioridad numérica y que nada más organizarse ambos frentes para la lucha, las alas del ejército de Rodrigo cambiaron de bando, perdiendo éste toda posibilidad de victoria y quedándose seguro con cara de lelo. Masacre y desbandada  definen lo que allí ocurrió en poco tiempo; parte de los defensores se reagruparon en Écija donde fueron barridos nuevamente y de otros se dice que huyeron más al oeste.
         No era la primera vez que un pretendiente al trono godo pedía ayuda allende sus fronteras para conseguirlo. Pero éstos que habían venido no eran los bizantinos del norte de África ni los francos del otro lado de las montañas con quienes alguna vez se pactó; fuese cual fuese el acuerdo, lo que encontraron aquí les gustó lo suficiente como para olvidarse de él y decidir quedárselo. En el 716 muere Agila escondido en sus reductos de la antigua Tarraconense y Septimania.
         El reino de Rodrigo había desaparecido, aunque paradojas del destino y tras la muerte de su esposa, su hija Egilón se casa con el nuevo gobernador de lo que llaman Al-Andalus y fruto de ellos será Ben Abd Al Aziz Omar, nieto de don Rodrigo rey de Hispania, que llegará a ser califa de Damasco.

Más o menos todos sabemos que unos años más tarde, en el 718 Pelayo el que creemos primo de Rodrigo, había empezado a hostigar a los musulmanes que se acercaban a las montañas asturianas y lo que despacito y poco a poco vino después. Pero, ¿y Rodrigo?, ¿qué pasó con Rodrigo?, nadie nos dijo que fue de él, y esto es lo que a mí me interesa. Unos cuentan que una vez acabada la batalla se encontró su caballo como un acerico repleto de saetas y dardos en la orilla del Guadalete y junto a él la armadura del rey. Otros hablan de una loca huida hacia el norte con la intención de reorganizarse para tratar de parar el avance del moro –sí sí, moro, de mauro, de la antigua Mauritania que no es nada despectivo o que no se pueda decir, como algunos se empeñan; otra cosa es la intención que cada uno quiera darle a sus palabras (aunque la verdad es que estos eran más bien árabes que moros) –. Lo primero que se quita a un herido en la batalla, es la armadura con el fin de ver la gravedad de las heridas y poder tratarlas, y cuerpo no apareció ninguno; de haber sido así, tanto moros como rebeldes se habrían encargado de que la “proeza” llegara a conocerse. Pensaremos pues que aunque quizás herido, huyó, y trataremos de seguirle el rastro.
         Los ejércitos musulmanes una vez que nos machacaron en el rió y después de hacer lo mismo en Écija continuaron su incursión hacia el norte lo que debió de impedir que Rodrigo se retirara en línea recta hacia Toledo y le obligó a desplazarse al oeste. El primer rastro que encontramos de él está en Sotiel Coronada, paso casi obligado en aquellos tiempos si querías cruzar el Odiel, gracias a su puente romano. Cuenta una leyenda que se escucha por aquellas tierras que, llegó Rodrigo junto a su guardia, malherido y seguido por los ejércitos invasores, y nada más pasar el puente se refugió en una ermita, donde murió. En aquel lugar encontramos hoy la ermita de la virgen de España que data del siglo VI, por lo que estar, estaba ya allí, y donde un placa cerámica moderna nos recuerda que otra, desaparecida, situaba en ese lugar la tumba del rey. Si hacemos caso a la gente de Sotiel, nos quedamos sin historia, así que seguimos buscando con rumbo de huída hacia el norte.



Sabemos que Muza, ese que dijimos gobernaba el norte de África, una vez supo lo bien que le iba a su lugarteniente, cruzó el charco y se puso en camino hacia Mérida. Si pensamos que lo hace siguiendo a lo que queda de la guardia del Rey y buscamos en esa dirección, nos encontramos con que si en esa época Rodrigo quería pasar el Tajo tan al oeste, debía de hacerlo por Alcántara, donde un solemne puente romano mandado construir por Trajano, se lo ponía fácil. Y mire usted por dónde, casualmente allí nos encontramos otra leyenda que habla de él. Según los alcantarinos, aquí llegó el rey godo y como consecuencia de sus heridas murió en la fortaleza que hacía siglos existía. Su cuerpo siguió rumbo norte pero aunque no se sabe muy bien el porqué ni el cómo, su espada quedó colgada bajo el más alto de los arcos del puente. Puente, y eso si lo sabemos seguro, que hasta el siglo XII fue conocido como “de la espada”. En el año 868 un tal Ibn Jarr, —o algo parecido—, viajero y cronista del mundo árabe, cuenta sorprendido la majestuosidad de la obra del emperador hispano, y que suspendido de él cuelga un sable intacto por siglos del que se desconoce la historia. Colega del anterior, el geógrafo Al-Zuhri, pero esta vez en el siglo XII, tras describir el puente de los césares, como él lo llama, nos dice que hay en él, o junto a él, una torre, y en su cima clavada en la piedra una espada que nadie puede sacar más de tres palmos y que al soltarla entra en ella como si lo hiciera en su vaina. A saber qué de verdad tiene la leyenda de la espada y cual de ellas; y a saber también de dónde sacarían los hijos de Albión la leyenda de la espada de Arturo.  



Otra vez nos hemos quedado sin rey; pero esta vez de entre las nieblas en las que se mezclan las leyendas con la historia, sacamos la batalla de Segoyuela. En el año 713 Musa conquista Mérida y continúa su camino hacia el norte, suponemos que acosando a Rodrigo. Éste se ve obligado a abandonar su refugio en Alcántara y sigue subiendo en nuestro mapa buscando protección en la Sierra de Francia, en la hoy provincia de Salamanca. Cuentan que allí, al norte de esa sierra y en los llanos junto al pueblo de Segoyuela de los Cornejos se libró la última batalla del reino godo en campo abierto. Hay historiadores que dicen que esta batalla tan sólo es una leyenda, pero también los hay que aseguran que nunca hubo ninguna invasión árabe. Lo que sí que es cierto, —sólo hay que ir y preguntar— es que a día de hoy, en el siglo XXI, aún esperan los chiquillos de Segoyuela que se sequen en verano las numerosas charcas que existen junto al pueblo, para ver si en una de ellas encuentran el anillo del Rey o su espada, que cuentan se hundió tras la derrota. Otros afirman también, que de la charca de Segoyuela surge, no sé qué noche de cada año, una mano que ofrece la espada a aquel que sea capaz de empuñarla contra los invasores. –¿Otra que nos robaron los ingleses?– Alguien debió recoger la espada ya hace años, pero de todas formas les advierto que son muchas las charcas que hay cerca de Segoyuela.



Los cronistas dicen que Musa una vez se hizo con el control de las tierras salmantinas, marchó hacia Toledo. Puede que estuviese cansado, puede que llegaran los fríos, pero también puede que esta vez sí hubiese acabado con el motivo de tanto correr hacia el norte.
Si desde este punto en que parecen terminar las leyendas que hablan del rey que resiste, nos dirigimos hacia el océano; nos encontraremos pronto con la que según algunos documentos al menos en el siglo XII ya se conocía como "Roderic Civitatem" (Ciudad Rodrigo) e igualmente descubrimos en la zona otras pueblos como Aldearrodrigo o Castelo Rodrigo. Si comparamos este hecho con otros semejantes como la abundancia de topónimos acabados en “del Cid” en la zona del antiguo reino de Valencia y tenemos en cuenta que aquella zona de Salamanca al igual que la de Sotiel son las dos de España donde más abunda el nombre de Rodrigo, a pesar de que hay quien habla de un conde llamado Rodrigo González Quirón que fue señor de aquellas tierras allá por el año 1100, todo ello nos da que pensar. —¿fue el Conde el que dio nombre a la zona o fue otro el que hizo que fuese común allí y por eso gustó a la señora Condesa-madre.
Al oeste de esta “tierra de Rodrigo” encontramos la ciudad romana de Beseo, hoy Viseu dónde una pequeña capilla restaurada completamente en el siglo XVIII llamada Sao Miguel do Fetal,  nos muestra una inscripción que reza “Aquí jaz Rodrigo, último rei dos Godos” y nos cuenta la última leyenda; según la cual, perdidas todas las batallas Rodrigo se refugió aquí donde pasó sus últimos años.
Sea como fuere, en Viseu se nos acaban las leyendas del rey que perdió su reino, su espada y su tumba.