¡El Rey ha muerto! Ese era el grito
que se escuchaba en las tierras de Toledo.
Año 710 de nuestra era; el rey
Witiza ha muerto y para nuestra
desgracia o al menos la de aquellos que compartieron su tiempo, lo ha hecho demasiado pronto. No
tiene ni treinta años y su hijo mayor Agila, tan sólo diez; lo que dificulta
seguir con una costumbre que se empezaba a extender entre los Godos; la de
heredar la corona. A pesar de ello una parte de los nobles lo reconoce como su
rey; pero no por lealtad a él o al muerto, sino porque será más fácil
aprovecharse de un chaval y conseguir así su propio reino, dividiendo Hispania.
El resto, los que quieren el reino unido, misteriosamente no echa mano a la
otra costumbre bien extendida, la que Gregorio, un obispo de Tours llamaba “la
enfermedad de los Godos” que básicamente consistía en tajarle la garganta al
rey entrante si no gustaba y buscar otro; sino que tras reunirse, decide a la
antigua usanza votar un nuevo rey que sea capaz de gobernar y unir a todos.
—Hay que reconocer que fe, tenían un rato—
Este
nuevo rey será Roderico, o Rodrigo, que al caso da lo mismo; nieto de rey e
hijo de un tal Teodofredo el Duque de la Bética con casa en Córdoba, dónde hoy
tiene una calle pero nadie tiene ni idea de quién fue. Rodrigo dicen que era
también primo de Pelayo, quien todos sabemos que tendrá importante papel en
nuestra historia; pero eso será en otra, no en ésta. La cosa es que, lo que se
pretendía no funcionó, y el reino godo de Toledo se dividió estallando la guerra civil en la península — no sería
la última—
Un año
más tarde la situación se ha normalizado, los partidarios de Agila, vencidos
han agachado las orejas acatando al parecer la nueva situación y los que no lo
han hecho se han retirado junto a él al
nordeste de la península —alguno dirá que ahí empezó el separatismo—; todos
menos Oppas, su tio y obispo de Sevilla —ya lo diría años más tarde aquel viejo
hidalgo: “con la iglesia hemos dado”—. Oppas se ha ido a Ceuta –que sí, ya era
cristiana–, donde junto al gobernador, un tal Olian o Julián, que lo mismo da,
pactan con un joven imperio musulmán que, venido de las tierras al otro lado
del Nilo, lleva casi un siglo enfrascado en eliminar lo que del Bizantino queda
en la orilla sur del Mare Nostrum. Pactan, la forma de ayudar a Agila a
sentarse en el trono de Toledo derrotando a Rodrigo y de paso llenar ellos la
cartera, la bolsa o lo que diantres usasen los de aquellos años, para guardar
los dineros. No sabemos que hizo que el tal Julián estuviese en contra del Rey;
aunque una bonita leyenda habla de las correrías de Rodrigo tras la hija del
gobernador, que bien podría ser la causa, seguramente ésta no fue tan romántica
y debemos pensar más bien en el parentesco que algunos dicen existía entre los
conspiradores, o en los que siempre la terminan liando; el dinero y el poder.
Sólo
había pasado escasamente un año desde que Rodrigo fue ungido como Rey de toda
Hispania cuando un ejercito al mando de un tal Tariq desembarca en lo que más
tarde y en su honor se conocería como Gibraltar (montaña de Tariq) –Una montaña
con nombre de invasor está claro que nos iba a seguir dando quebraderos de
cabeza— Avisado el Rey y tras una pequeña batalla en que las tropas de su
sobrino son derrotadas, prepara para la defensa un ejercito capaz de
enfrentarse a los invasores que ya cuentan con unos 10.000 o 15.000 soldados en
terreno cristiano y se expanden hacia el oeste.
En unos tres meses Rodrigo consigue reunir un ejército que dobla en tamaño
al del invasor y se dirige a su encuentro comandándolo. Pero no es oro todo lo
que reluce en las filas del Rey; la urgencia en parar el avance musulmán ha
obligado a reclamar ayuda de los nobles que fueron partidarios de Agila en la
sucesión, que Rodrigo cree leales ante una invasión extranjera, y entre ellos
forma Oppas y sus mesnadas.
Estamos
en pleno mes de julio del año 711, y las tropas del rey cruzan las aguas del Guadalete;
—Este sitio nos vale a nosotros; aunque a día de hoy los historiadores siguen
sin ponerse de acuerdo en si es la ubicación real— Al otro lado les espera Al
Tariq lugarteniente de los ejércitos de Musa, gobernador del norte de África en
nombre del califa de Damasco. Como siglos antes dijera otro general al cruzar
un lejano rió, la suerte estaba echada; pero en este caso Rodrigo desconocía
las cartas.
Parece
ser, según cuentan los cronistas de ambos bandos, que el cristiano disfrutó
poco de su superioridad numérica y que nada más organizarse ambos frentes para
la lucha, las alas del ejército de Rodrigo cambiaron de bando, perdiendo éste
toda posibilidad de victoria y quedándose seguro con cara de lelo. Masacre y
desbandada definen lo que allí ocurrió
en poco tiempo; parte de los defensores se reagruparon en Écija donde fueron
barridos nuevamente y de otros se dice que huyeron más al oeste.
No era
la primera vez que un pretendiente al trono godo pedía ayuda allende sus
fronteras para conseguirlo. Pero éstos que habían venido no eran los bizantinos
del norte de África ni los francos del otro lado de las montañas con quienes
alguna vez se pactó; fuese cual fuese el acuerdo, lo que encontraron aquí les
gustó lo suficiente como para olvidarse de él y decidir quedárselo. En el 716
muere Agila escondido en sus reductos de la antigua Tarraconense y Septimania.
El
reino de Rodrigo había desaparecido, aunque paradojas del destino y tras la
muerte de su esposa, su hija Egilón se casa con el nuevo gobernador de lo que
llaman Al-Andalus y fruto de ellos será Ben Abd Al Aziz Omar, nieto de don
Rodrigo rey de Hispania, que llegará a ser califa de Damasco.
Más o menos todos sabemos que unos
años más tarde, en el 718 Pelayo el que creemos primo de Rodrigo, había
empezado a hostigar a los musulmanes que se acercaban a las montañas asturianas
y lo que despacito y poco a poco vino después. Pero, ¿y Rodrigo?, ¿qué pasó con
Rodrigo?, nadie nos dijo que fue de él, y esto es lo que a mí me interesa. Unos
cuentan que una vez acabada la batalla se encontró su caballo como un acerico
repleto de saetas y dardos en la orilla del Guadalete y junto a él la armadura del
rey. Otros hablan de una loca huida hacia el norte con la intención de
reorganizarse para tratar de parar el avance del moro –sí sí, moro, de mauro,
de la antigua Mauritania que no es nada despectivo o que no se pueda decir,
como algunos se empeñan; otra cosa es la intención que cada uno quiera darle a
sus palabras (aunque la verdad es que estos eran más bien árabes que moros) –.
Lo primero que se quita a un herido en la batalla, es la armadura con el fin de
ver la gravedad de las heridas y poder tratarlas, y cuerpo no apareció ninguno;
de haber sido así, tanto moros como rebeldes se habrían encargado de que la
“proeza” llegara a conocerse. Pensaremos pues que aunque quizás herido, huyó, y
trataremos de seguirle el rastro.
Los
ejércitos musulmanes una vez que nos machacaron en el rió y después de hacer lo
mismo en Écija continuaron su incursión hacia el norte lo que debió de impedir
que Rodrigo se retirara en línea recta hacia Toledo y le obligó a desplazarse
al oeste. El primer rastro que encontramos de él está en Sotiel Coronada, paso
casi obligado en aquellos tiempos si querías cruzar el Odiel, gracias a su
puente romano. Cuenta una leyenda que se escucha por aquellas tierras que,
llegó Rodrigo junto a su guardia, malherido y seguido por los ejércitos
invasores, y nada más pasar el puente se refugió en una ermita, donde murió. En
aquel lugar encontramos hoy la ermita de la virgen de España que data del siglo
VI, por lo que estar, estaba ya allí, y donde un placa cerámica moderna nos recuerda
que otra, desaparecida, situaba en ese lugar la tumba del rey. Si hacemos caso
a la gente de Sotiel, nos quedamos sin historia, así que seguimos buscando con
rumbo de huída hacia el norte.
Sabemos que Muza, ese que dijimos
gobernaba el norte de África, una vez supo lo bien que le iba a su
lugarteniente, cruzó el charco y se puso en camino hacia Mérida. Si pensamos
que lo hace siguiendo a lo que queda de la guardia del Rey y buscamos en esa
dirección, nos encontramos con que si en esa época Rodrigo quería pasar el Tajo
tan al oeste, debía de hacerlo por Alcántara, donde un solemne puente romano
mandado construir por Trajano, se lo ponía fácil. Y mire usted por dónde, casualmente
allí nos encontramos otra leyenda que habla de él. Según los alcantarinos, aquí
llegó el rey godo y como consecuencia de sus heridas murió en la fortaleza que
hacía siglos existía. Su cuerpo siguió rumbo norte pero aunque no se sabe muy
bien el porqué ni el cómo, su espada quedó colgada bajo el más alto de los
arcos del puente. Puente, y eso si lo sabemos seguro, que hasta el siglo XII
fue conocido como “de la espada”. En el año 868 un tal Ibn Jarr, —o algo
parecido—, viajero y cronista del mundo árabe, cuenta sorprendido la
majestuosidad de la obra del emperador hispano, y que suspendido de él cuelga
un sable intacto por siglos del que se desconoce la historia. Colega del
anterior, el geógrafo Al-Zuhri, pero esta vez en el siglo XII, tras describir
el puente de los césares, como él lo llama, nos dice que hay en él, o junto a
él, una torre, y en su cima clavada en la piedra una espada que nadie puede
sacar más de tres palmos y que al soltarla entra en ella como si lo hiciera en
su vaina. A saber qué de verdad tiene la leyenda de la espada y cual de ellas;
y a saber también de dónde sacarían los hijos de Albión la leyenda de la espada
de Arturo.
Otra vez nos hemos quedado sin rey;
pero esta vez de entre las nieblas en las que se mezclan las leyendas con la
historia, sacamos la batalla de Segoyuela. En el año 713 Musa conquista Mérida
y continúa su camino hacia el norte, suponemos que acosando a Rodrigo. Éste se
ve obligado a abandonar su refugio en Alcántara y sigue subiendo en nuestro
mapa buscando protección en la Sierra de Francia, en la hoy provincia de
Salamanca. Cuentan que allí, al norte de esa sierra y en los llanos junto al
pueblo de Segoyuela de los Cornejos se libró la última batalla del reino godo
en campo abierto. Hay historiadores que dicen que esta batalla tan sólo es una
leyenda, pero también los hay que aseguran que nunca hubo ninguna invasión
árabe. Lo que sí que es cierto, —sólo hay que ir y preguntar— es que a día de
hoy, en el siglo XXI, aún esperan los chiquillos de Segoyuela que se sequen en
verano las numerosas charcas que existen junto al pueblo, para ver si en una de
ellas encuentran el anillo del Rey o su espada, que cuentan se hundió tras la
derrota. Otros afirman también, que de la charca de Segoyuela surge, no sé qué
noche de cada año, una mano que ofrece la espada a aquel que sea capaz de
empuñarla contra los invasores. –¿Otra que nos robaron los ingleses?– Alguien
debió recoger la espada ya hace años, pero de todas formas les advierto que son
muchas las charcas que hay cerca de Segoyuela.
Los cronistas dicen que Musa una
vez se hizo con el control de las tierras salmantinas, marchó hacia Toledo.
Puede que estuviese cansado, puede que llegaran los fríos, pero también puede
que esta vez sí hubiese acabado con el motivo de tanto correr hacia el norte.
Si desde este punto en que parecen
terminar las leyendas que hablan del rey que resiste, nos dirigimos hacia el
océano; nos encontraremos pronto con la que según algunos documentos al menos en
el siglo XII ya se conocía como "Roderic Civitatem"
(Ciudad Rodrigo) e igualmente descubrimos en la zona otras pueblos como Aldearrodrigo
o Castelo Rodrigo. Si comparamos este hecho con otros semejantes como la
abundancia de topónimos acabados en “del Cid” en la zona del antiguo reino de
Valencia y tenemos en cuenta que aquella zona de Salamanca al igual que la de Sotiel
son las dos de España donde más abunda el nombre de Rodrigo, a pesar de que hay
quien habla de un conde llamado Rodrigo González Quirón que fue señor de
aquellas tierras allá por el año 1100, todo ello nos da que pensar. —¿fue el
Conde el que dio nombre a la zona o fue otro el que hizo que fuese común allí y
por eso gustó a la señora Condesa-madre.
Al oeste de esta “tierra de Rodrigo”
encontramos la ciudad romana de Beseo, hoy Viseu dónde una pequeña capilla
restaurada completamente en el siglo XVIII llamada Sao Miguel do Fetal, nos muestra una inscripción que reza “Aquí
jaz Rodrigo, último rei dos Godos” y nos cuenta la última leyenda; según la
cual, perdidas todas las batallas Rodrigo se refugió aquí donde pasó sus
últimos años.
Sea como fuere, en Viseu se nos acaban las
leyendas del rey que perdió su reino, su espada y su tumba.
No me gusta hacer comentarios, pero esta vez me obligas.Es tan captadora tu menera de escribir que obligas al lector a introducirse en la historia y casi acompañar a Rodrigo en su huida y facilitarle pistas falsas a sus perseguidores
ResponderEliminarEnhorabuena
Un abrazo
Todo un poema el de Don Rodrigo..
ResponderEliminarUn gran rey derrotado por una traición
apasionante nuestra historia... ojalá
no quede en la olvido..( quien sabe )